Las construcciones de madera de Kennecott: una prueba de la resistencia de este material
Año 1848. Alaska. Dos pastores, Stanford y Thomas Bingham, descubren un depósito de cobre mientras caminan por una colina. No hacen nada: su prioridad es que su ganado se alimente de los pastos de la zona. No les interesa el cobre. Más de medio siglo después, en 1900, y con el depósito intacto, dos exploradores cazatesoros llamados Jack Smith y Clarence Warner paran en aquel mismo rincón del mundo para dar de comer a los caballos con los que viajaban. Y allí, en las laderas sureñas de las montañas de Wrangell, próximas al glaciar de Kennicott, en la Alaska más profunda, dan con el cobre. O mejor dicho: con el mayor depósito de cobre de todo el planeta.
La mina del cañón de Bingham
A diferencia de los hermanos Bingham, Smith y Warner sí quisieron sacar provecho del descubrimiento. Y muy rápidamente. En apenas una década reunieron a unos cuantos grandes inversores, fundaron la Kennecott Mining Corporation, construyeron un ferrocarril para el transporte del cobre hasta el puerto de la ciudad de Córdova y comenzaron a explotar la mina. En 1912 ya era considerado el complejo minero más grande del mundo. A Bonanza, la primera mina, se le unieron pronto otras cuatro minas cercanas, todas ellas conectadas a través de túneles subterráneos: Glacier, Erie, Jumbo y Mother Lode. En apenas tres décadas la compañía produjo 200 millones de dólares.
Pero la vida en la región no era sencilla. Las ansias de riqueza atrajeron a cientos de trabajadores, muchos de los cuales no estaban mentalmente preparados para los duros inviernos de Alaska. Y sin la oportunidad de traer consigo a sus familias. En un contexto así, uno de los pocos aciertos de la compañía, en términos de bienestar laboral, fue la construcción de viviendas de madera para los mineros. Por dos razones. La primera de ellas, el extraordinario aislamiento térmico del material, provocado por su mala conducción del calor. La segunda, el aumento del confort emocional que genera la madera en las personas. Y no fueron solo viviendas. Crearon todo un pueblo de la nada.
En concreto, las cinco minas estaban comunicadas con una fábrica principal, una estación de trenes, un edificio postal, varios almacenes y los propios hogares. Todo ello fabricado con madera, un material además muy sostenible. No obstante, la extracción minera en sí no lo era. Algunas instituciones ecologistas trataron de detenerla. Incluso llevaron el caso a la presidencia del país. No funcionó: había demasiado dinero en juego. O eso pensaban. En 1925, un geólogo predijo la extinción del cobre en la región. En 1939, treinta años después del inicio de todo, ocurrió. El 10 de noviembre salió el último ferrocarril de la estación. Y el asentamiento quedó abandonado para siempre.
La ciudad de madera que desafía al tiempo
Hace muchísimas décadas que nadie habita el que fuera un campamento de actividad minera intensiva. Pero aquellas construcciones de madera continúan en pie. Y hay varios motivos que lo explican. En primer lugar, la propia durabilidad de las construcciones con este material, que pueden superar en muchas ocasiones los cien años. En segundo lugar, la vicisitud de que en 1980 se declarase la región como parte del Parque Nacional Wrangell-St. Elias, lo que ha proporcionado una protección extra a las mismas. Y aún más cuando el campamento y las minas fueron clasificados como Monumento Histórico Nacional. Ahí comenzaron las tareas de mantenimiento de la madera.
Y la madera puede extender enormemente su vida útil cuando recibe los cuidados adecuados. Por supuesto, en la actualidad, y como ocurre con Wittywood, se utilizan maderas masivas de una resistencia mucho mayor, pero el principio sigue estando vigente: con un poco de ayuda cualquier madera aumenta su durabilidad. Así se explica que fábricas de catorce pisos de altura o incluso un hospital, que alojó la primera máquina de rayos X de todo el Estado, se encuentren tan bien conservados un siglo después. Algunos de ellos incluso figuran en el Registro Nacional de Lugares Históricos. Es un hito. Como si se hubiesen empeñado en sobrevivir para dar fe de un pasado esplendoroso.
Uno que atrae a miles de turistas todos los años. En los alrededores de la antigua ciudad minera hay alojamiento disponible, establecimientos de comida y servicios de montañismo y excursiones guiadas. Todo ello gestionado por el Servicio de Parques Nacionales, que trabaja cada día para analizar la estabilidad de las estructuras de madera y perseverar en su conservación. Después de todo, un asentamiento así, con la madera como protagonista, resulta verdaderamente espectacular. Una reliquia. Y al mismo tiempo una inspiración: la que invita a traer de vuelta a la madera como súpermaterial de construcción para aprovechar todas sus ventajas sobre el resto de materiales.